HÉCTOR
Héctor, el héroe troyano, es hijo de Príamo y Hécuba y, probablemente, el primogénito, pese a que ciertas tradiciones (que se remontan a Estesícoro) lo consideran como hijo de Apolo.
Aunque Príamo sea el rey de Troya, es en realidad Héctor quien ejerce el poder sobre sus compatriotas. Dirige a su capricho los debates de la asamblea, y lleva los asuntos de la guerra según su criterio. Muy querido de su pueblo, recibe de él honores casi divinos, y tanto amigos como enemigos lo tienen por el principal defensor de la ciudad. De él ante todo trata de deshacerse Agamenón, convencido de que no tomará la plaza mientras Héctor esté allí.
La personalidad de Héctor se manifiesta sobre todo en la llíada. Héctor aparece raramente en las epopeyas cíclicas y en los trágicos. Por eso no conocemos más hazañas suyas que las que se le atribuyen en el curso del décimo año de la guerra, que es el único que narra la llíada. Sabemos que estaba casado con Andrómaca, hija del rey de Tebas de Misia, y que había tenido de ella un solo hijo, al que los troyanos llamaban Astianacte. Astianacte era todavía un niño cuando murió su padre. Una tradición aberrante cita un segundo hijo de Héctor y Andrómaca, Laodamante, y otra, un tercero, llamado Oxímo.
Hasta el comienzo del año décimo, Héctor ha rehuido la lucha en campo abierto, por lo menos cuando sabía que Aquiles se hallaba entre los griegos. Una sola vez Aquiles ha tratado de encontrarse con él, pero Héctor no lo esperó y huyó a la ciudad. Por el contrario, cuando Aquiles estaba ausente, producía una gran carnicería entre los griegos. Protegido por Ares hasta el momento en que éste es herido por Diomedes, mata principalmente a Mnestes y Anquíalo, luego a Teutrante, Orestes, Treco, Enómao, Héleno y Oresbio. Pero ante un contraataque de los griegos, se retira a la ciudad.
Vuelve luego al combate después de despedirse de Andrómaca y Astianacte. Va acompañado por su hermano Paris, y desafía a los héroes griegos, no importa cuál, a luchar con él. Se ofrece Menelao, pero es retenido por Agamenón. Finalmente, Áyax responde al reto. El duelo se prolongará hasta la noche y quedará indeciso. Al oscurecer, Áyax y Héctor se intercambian presentes: el primero da su tahalí; el segundo, su espada.
Héctor desempeña su papel más brillante en el curso del ataque contra las naves. Toda la responsabilidad de la lucha recae sobre él. En varias ocasiones se hace preciso que intervengan directamente los dioses para impedir que dé muerte a héroes como Néstor o Diomedes. Pero, a su vez, está protegido por Apolo; éste desvía las flechas de Teucro, y Zeus ordena a los dioses y diosas que dejen en sus manos la victoria mientras Aquiles no participe en la lucha.
Cuando la situación de los griegos llega a su punto crítico, Patroclo, autorizado por Aquiles, corre en su ayuda; pero no tarda en ser asesinado por Héctor, quien lo despoja de sus armas pese a los esfuerzos de los griegos.
Con la vuelta de Aquiles a la lucha se entra en los últimos momentos de la existencia de Héctor. Al matar aquél a Polidoro, uno de los hermanos de Héctor, el troyano trata de vengarlo, pero su lanza cae sin fuerza a los pies de Aquiles. Su destino es morir en sus manos. Para retrasar el momento fatal, Apolo lo rodea, por un instante, con una nube, y Aquiles lo busca inútilmente. Pero mientras el ejército troyano se retira al interior de la ciudad, Héctor se queda ante la puerta Escea. Su padre y su madre lo incitan a ponerse, como todos, tras el abrigo de la muralla, pero él no atiende a sus ruegos: espera a Aquiles. Sin embargo, al acercarse éste, siente miedo y emprende la retirada. Tres veces, los adversarios dan la vuelta en torno a la ciudad, uno en persecución del otro, hasta el momento en que Atenea, tomando la figura de Deífobo, invita a Héctor a detenerse, prometiéndole su ayuda. Pero cuando Héctor acepta el combate y se enfrenta con su enemigo, Atenea desaparece, y él comprende que ha llegado su hora. En el Olimpo, Zeus ha pesado con la balanza del Destino la suerte de los dos adversarios, y el platillo de Héctor se ha inclinado con un peso mayor, descendiendo hacia el Hades. Desde ahora, Apoloabandona a Héctor, y Aquiles le asesta el golpe definitivo. En vano, en el momento de morir, Héctor suplica a Aquiles que entregue su cadáver a Príamo; Aquiles se niega. Entonces Héctor, con la clarividencia de los moribundos, le predice su próxima muerte.
Aquiles ata el cadáver a su carro con correas de cuero y lo arrastra alrededor de la ciudad bajo las miradas de los troyanos. Después el cuerpo queda expuesto en el campamento griego, sin protección, abandonado a los perros y las aves, e incluso los dioses se apiadan de él. Zeus envía a Iris al encuentro de Aquiles con orden de devolver a Príamo el cadáver de Héctor. Príamo, por su parte, se presenta en embajada al héroe y, pagando un elevado rescate, logra la restitución del cadáver de su hijo. Una tregua de doce días permite a los troyanos celebrar dignamente los funerales de su defensor. Andrómaca, Hécuba y Helena encabezan el duelo.
Grimal, Pierre, (1989). Diccionario de mitología griega y romana.Trad. Francisco Payarols, Barcelona, España: Paidós. (pp. 225-226)